¿Quién se queda con las retenciones?

En los últimos veinte años el Estado tomó para sí unos USD 175 mil millones provenientes de los ingresos del campo. Una fortuna de la cual los argentinos no recibieron beneficio alguno. El país ha retrocedido desde entonces. 

Los derechos de exportación (DEX) son probablemente el impuesto más distorsivo para el presente y futuro del agro, porque operan sobre el precio, es decir los ingresos. Implican un impacto directo en la línea de flotación de la producción y no discriminan entre buenas y malas campañas. Si usted ha perdido gran parte del rinde en soja o maíz por la peor temporada que se tenga recuerdo, igual deberá dejarle al Fisco una buena porción del precio de lo poco que logre cosechar.

Los DEX vienen limando al agro desde hace décadas, y en este particular y desgraciado momento ayudan a erosionar el escaso capital de trabajo que dejaron tres Niñas consecutivas. Atentan contra la producción y también contra el ingreso futuro de divisas que el país necesitará en los tiempos que vienen. Es que más de uno va a quedar en el camino; quizás sin este gravamen podría haberse salvado.

Ni siquiera se puede justificar esta quita apelando a la lente de los gobiernos populistas, que aseguran que lo hacen para disminuir los precios internos y tornar los alimentos más accesibles para la población. O para «redistribuir la riqueza». La inflación que vive el país es decididamente inmoral, porque destruye sobre todo a los que menos tienen. Se trata de un fenómeno monetaria y está fuera de control incluso con gravosos derechos de exportación para todo lo que genera el campo. Los pobres son cada vez más pobres y su número se multiplica de manera alarmante.

Resulta reiterado pero es imprescindible decirlo una y otra vez. El gasto es la madre de todos los problemas. Un Estado que gasta muy por encima de sus posibilidades mantiene impuestos distorsivos, se lleva casi todo el crédito disponible, no atiende lo que debería atender. Pierden la educación y la salud, la logística de rutas y toda la infraestructura que se necesita con urgencia. No hay forma de que pueda estar más claro.

Y cuando no se tiene intención de ordenar las cuentas, los DEX sobre los productos agropecuarios conforman uno de los «recursos» que más fácilmente pueden obtenerse. Decididamente el campo es una víctima cautiva, siempre a mano. De hecho gobiernos de todo color político han apelado a ellos, la diferencia está en el grado de irresponsabilidad con que se manejan las cuentas públicas. A algunos ni siquiera les alcanza con semejante exacción.

Mientras países como Brasil y Uruguay, solo por citar casos concretos de nuestra misma región, progresan productivamente, la Argentina no evoluciona, anclada por un tributo letal para el desarrollo del sector. Brasil no les cobra DEX a sus agroempresarios. Viene multiplicando exponencialmente su producción, y el Banco Central está abarrotado de reservas. Como generador de commodities agrícolas se va quedando con el primer puesto en materia de exportaciones a nivel global, no importa el rubro considerado. Seguro que le falta ajustar ciertas cosas que mejoren la situación de la porción más postergada de su población, pero el primer paso es tener con qué. Y para eso hay que liberar las fuerzas productivas de una nación.

La Argentina es la contracara. Los más de USD 175 mil millones se han ido perdiendo en los vericuetos del Estado, que no es una entelequia sino que está conformado por hombres y mujeres de carne y hueso. La falta de controles, antes, durante y después de la gestión, conforma otro de los puntos clave de esta tragicomedia. No hay rendición de cuentas, ni condenas por mala praxis administrativa, y el que llega al Estado lo sabe.

Así, y a pesar de la montaña de dólares que el campo ha ofrendado durante años, la divisa estadounidense se ha ido convirtiendo en materia escasa. Muy escasa. Esquemas improvisados terminan emparchando la situación y creando múltiples tipos de cambio que distorsionan aún más el presente. Y por supuesto el agujero de las cuentas públicas es cada vez más grande, porque ese tema no está en la agenda de quienes dilapidan los dineros públicos.

Es difícil ser optimista con respecto al futuro. Dependerá en gran medida de la decisión de los votantes en las cruciales elecciones de octubre. Aun y cuando triunfe la oposición, no es unánime la postura dentro de este espacio político. Pero está claro que la Argentina o reduce el gasto y termina con los impuestos distorsivos o el gasto y los impuestos distorsivos terminarán con ella.

Fuente: Revistachacra.com.ar